Se escaparon tres presos de la Central de Policía. Por Laura Vales y Eduardo Videla
Los dos acusados por el asesinato de Argaña y un pesado de la banda de Valor redujeron a la guardia, tomando rehenes. Salieron del edificio sin llevárselos, sin disparar ni un tiro y sin que nadie, al parecer, lo notara. No había casetes en los videos de seguridad, faltaban custodios y no estaban cerradas las celdas. La Justicia investiga si hubo una entrega y detuvo a tres policías
Estaban detenidos en el lugar más seguro que tiene la Policía Federal, pero se escaparon sin disparar un solo tiro. Luis Alberto Rojas y Fidencio Vega Barrios, los dos acusados del asesinato del vicepresidente del Paraguay Luis María Argaña, se fugaron del Departamento Central de Policía junto a Agustín “Tractorcito” Cabrera, un pesado de la banda del Gordo Valor. La versión oficial de la Federal es que los paraguayos tomaron como rehenes a sus compañeros del mismo pabellón –dos ex policías presos por la causa AMIA–, que neutralizaron a los agentes que estaban de guardia y que entonces no quedó otra alternativa que dejarlos huir para “proteger la vida de los rehenes”. Pero la principal hipótesis de la Justicia es que se trató de una fuga “arreglada”: un comisario y otros dos policías están detenidos por “favorecimiento de evasión”. Los indicios: a pesar de que el edificio del Departamento Central tiene cámaras de vigilancia interna, los videos con la grabación de lo que sucedió no aparecen por ningún lado. Cuando el juez federal Gabriel Cavallo los pidió, la increíble respuesta fue que no se había grabado nada porque no tenían cassettes. En el lugar siempre hay cuatro custodios, pero esa noche hubo solo dos. Las puertas de las celdas individuales estaban sin candado. Los presos salieron por la puerta de la calle Moreno sin llevar consigo rehenes. No hubo adentro del edificio, en el largo trayecto desde las celdas a esa puerta, tiroteo alguno. Los fugados atravesaron todo el Departamento Central como cualquier hijo de vecino, sin que nadie notara nada. Simplemente cruzaron la puerta y se fueron.
La fuga de los paraguayos sacudió al Gobierno. El ministro del Interior, Federico Storani, el secretario Mathov fueron por la tarde a la residencia de Olivos para informar sobre lo sucedido al presidente De la Rúa. El comisario a cargo de la Alcaidía, de apellido López, y los dos agentes a cargo de la seguridad del sector –el suboficial Godoy y la celadora Locatelli– fueron detenidos por orden de Cavallo. Los tres fueron pasados a disponibilidad y se ordenó a Asuntos Internos de la Federal que los investigara. Anoche esperaban ser interrogados en los Tribunales de Comodoro Py junto con los detenidos de la causa AMIA. El jefe de la Federal, Rubén Santos fue ratificado en su cargo. "Está al frente de la investigación", recalcaré el secretario de Seguridad Enrique Mathov.
El escape comenzó pasadas las doce de la noche del sábado, en la alcaidía del Departamento Central de Policía, ubicada en el primer piso del edificio de Moreno 1550. Allí estaban alojados sólo seis presos: los tres ahora fugados y –en celdas contiguas– tres ex policías bonaerenses detenidos por la causa AMIA: Diego Barreda, Mario Bareiro y Bautista Huici. Cada preso tiene allí su habitación con baño privado. Las puertas de esas celdas se cierran desde afuera con candado y todo el lugar es vigilado siempre por cuatro efectivos. La noche de la fuga solamente había dos, porque los otros habían pedido licencia. Las puertas de las celdas estaban sin llave.
Según dijeron a este diario fuentes judiciales, los seis presos habían terminado de cenar y estaban en el patio central al que dan todas las celdas, en una suerte de charla de sobremesa aunque ya pasaba de las doce y media de la noche. El único guarda armado (el suboficial Godoy) permanecía en el primer piso del edificio, es decir bastante alejado del lugar. El segundo agente a cargo del lugar era una mujer, desarmada, que en realidad cumple funciones de celadora y que –según declararon los testigos– entró al patio donde estaban los presos para buscar “un efecto personal que había olvidado en un locker”. Entonces uno de los paraguayos la redujo con un cuchillo de cocina.
Los presos por la causa AMIA intentaron defenderla pero también fueron reducidos: Mario Bareiro, sostuvo el comunicado oficial de la Federal, terminó atado y a Diego Barreda lo golpearon con una barreta de hierro en la cabeza y en un ojo. Cuando todo terminó, le tuvieron que suturar lasheridas con 22 puntos porque uno de los fierrazos le había abierto el cuero cabelludo.
Los policías de la federal aseguran que, al escuchar los gritos, el suboficial Godoy subió hasta la alcaidía y se encontró con que su compañera había sido tomada de rehén mientras a Barreda lo molían a golpes. “Se desesperó ante la posibilidad de que lo mataran –dijo anoche a Página/12 Enrique Mathov– y por eso entró”.
Sin demasiada fortuna: Godoy también fue golpeado y quedó semidesvanecido. Le sacaron el arma y dejaron a todos encerrados con llave. Después los paraguayos Rojas y Vega Barrios y el pesado Cabrera caminaron tranquilamente por pasillos y patios del Departamento Central sin que nadie, aparentemente, los notara. Uno de ellos vestía el saco de su antiguo compañero de prisión, Diego Barreda. “Todos ellos con ropas iguales a las que usa cualquier policía de civil un sábado a la noche”, apuntaron anoche fuentes del Ministerio del Interior para explicar por qué los fugados pudieron retirarse como si nada por la puerta principal del edificio. Altas fuentes de ese ministerio insistieron ayer en su convencimiento de que la fuga fue “espontánea y no planeada”. “Vieron su oportunidad y la aprovecharon”, dijeron a este diario.
En el relato de los testigos hay, sin embargo, diferentes versiones sobre cómo ocurrieron las cosas. En una carta que escribió a su mujer (ver aparte), el ex policía Mario Bareiro sostiene que no estaban todos en el patio central, que no había sobremesa, no menciona para nada a la celadora y dice que en realidad él fue el primer agredido por los paraguayos. “Estaba en mi cuarto, entredormido. Entraron y me pusieron un cuchillo en el cuello” le relató a su esposa en una carta a la que accedió este diario. “Estaban dispuestos a cualquier cosa y por momentos pensé que nos mataban a todos”. Bareiro aseguró también que les ofrecieron a todos escapar con ellos. La carta fue escrita antes de que el ex policía fuera interrogado por el juez Cavallo.
“Por supuesto que esto significa una frustración”, admitió públicamente Storani, antes de la reunión con De la Rúa en Olivos. De todas formas el ministro descartó que la fuga de los acusados del asesinato de Argaña tuviera alguna influencia sobre la relación con el Paraguay. “Me comuniqué personalmente con el ministro del Interior (de ese país) para ponerlo al tanto de todas las medidas que se están adoptando para recapturarlos, y él ratificó la confianza de su gobierno”, dijo Storani a Página/12. Pero desde el Paraguay Félix Argaña, hijo del vicepresidente asesinado, dejó en claro sus sospechas sobre el papel que pudo haber tenido en el escape la policía argentina.
Mathov informó que “el Presidente dio la orden de hacer rastrillajes con todas las fuerzas disponibles y pidiendo la colaboración de las policías provinciales para recorrer todo el territorio y encontrar a estas personas”. También se dispusieron controles estrictos en las fronteras.
–¿Usted cree que la evasión pudo ser facilitada por la policía?– le preguntó Página/12.
–No lo sé. Lo que sé es que esta es la policía que los detuvo en febrero, cuando nadie creía que se los iba a poder detener. Y tengo esperanzas de que los vamos a recapturar.
Rojas y Vega Barrios estaban muy cerca de ser extraditados al Paraguay. El juez federal de Morón Daniel Criscuolo ya se había expedido para que los presos fueran trasladados a ese país para ser juzgados. La decisión fue apelada por el defensor de Rojas y Vega Barrios, Víctor Stinfale, por lo que su futuro dependía de una resolución del Tribunal de Casación.
Esta es la primera vez que se produce una fuga del edificio central de la Policía y constituye el golpe más fuerte a la gestión del comisario general Rubén Santos, jefe de la fuerza desde enero. Y para el juez Cavallo, el segundo caso en poco tiempo en que le toca investigar a la fuerza: el magistrado está cargo, además, de la causa abierta por la represión a los sindicalistas que se movilizaron al Congreso contra lareforma laboral. Todo indica que los subordinados de Santos deberán dar esta vez explicaciones al por mayor: la custodia de la Alcaidía está desde hace pocos meses en manos de la jefatura de la Federal.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/2000/00-09/00-09-18/pag03.htm